Como te ven, te tratan(equivocadamente)
Terminó la semana y me propuse dejar mi rol de periodista atrás.
Los sábados, luego de abandonar el canal, me sugiero una meta: descansa y no maquines tanto. Imagino que a todos les pasa en sus distintos roles sociales.
Resulta que en esos fines de semana me transformo en distintas versiones. Aunque suene repetitivo, me encanta diversificar mi personalidad. Por un rato del domingo puedo ser una laburante que descansa o una laburante que aprovecha para emprender algo. Puedo ser una gaucha, que recorre el campo, que da ración a los animales, que junta leña, que entrega leña, entre otras cosas.
Esta columna se tratará precisamente de eso. Como te ven te tratan, dijo una señora rica en la televisión Argentina. ¿Y saben qué? Tiene razón. La gente, no toda, pero en su mayoría, te trata según como te ves. Esto quiere decir que, aunque no te conozcan, te van a juzgar.
Un domingo, estábamos almorzando con mis padres, todo se tornaba tranquilo. Pero llegó un mensaje de una mujer, quien necesitaba un poco de leña porque no tenía con que abrigar su casa. El mensaje fue de alguien humilde y educada. Nosotros decidimos desarmar nuestro espacio de almuerzo para alcanzarle unos palos de leña. No tenía por qué pagar. Simplemente se los llevamos, porque sabíamos de su necesidad. Dejamos el auto, y cargamos en la camioneta un poco de leña. Mi padre, mi madre y yo, emprendimos un breve viaje para alcanzarle a esta vecina, algo que sin duda era una necesidad básica para ella y sus hijos. El invierno es cruel para todos.
Empezamos a bajar los pequeños tronquitos y palos finos, preguntamos donde los quería y la mujer respondió que en la calle. Entonces así lo hicimos. En esa calle estaban estacionados varios autos, era incomodo dejar los palos entre autos, pero lo hicimos volcando cada uno de la mejor forma posible. Uno de los palos, se dirigió en un momento hacia la rueda de uno de los autos, pero mi padre pudo detenerlo y jamás impacto contra el neumático. Nunca lo tocó.
Luego de eso seguimos descargando un poco más, ya que lo que le habíamos llevado era algo simbólico, muy poca leña, algo que le sirviera al menos por dos días. Continuamos con cuidado en la tarea, y confieso deseosos de volver al campo.
De repente sale un hombre, se lo ve agitado, de mala cara y mala onda. Con ganas de rabia. Lo primero que nos hace es un reclamo por su auto estacionado, de forma agresiva nos atacó manifestando que le íbamos a pegar a su auto, mi padre le dijo con respeto, que eso no ocurrió ni iba a ocurrir. De hecho, le dijo que ya estábamos terminando la tarea. El tipo dijo: ¡acá viene cualquiera y cualquiera tira! Algo similar a eso. Cuando lo escuché decir eso, pensé: este tipo tiene sed de problemas. Nos faltó el respeto, nos atacó primero. Después continuo: me le vas a pegar al auto, acá viene cualquier piche y tira lo que se le antoja, que me vas a pagar vos, si me rompes el auto, anda…, te voy a cag** a trompadas, que andás trayendo leña, mira la camioneta en la que andas…etc. Mi padre aguantó como un campeón. Hasta que yo le dije al tipo, me parece que usted nos está tratando mal y subestimando. No sabe ni quiénes somos, y nos está tildando de “piches”. Se ve que mis palabras despertaron furia en el tipo, como quien no entiende ese lenguaje, empezó a mandarme a callar. Mi viejo, como nunca lo había visto, se le acercó y le dijo: con mi hija no te metas, no nos conoces, no sabes de dónde venimos, no sabes lo que tenemos ni lo que no. Y si seguís en esto, voy a tener que invitarte a pelear y hablar en tu idioma. El hombre seguía ensimismado. Acompañado por dos jóvenes que alimentaban su aura de superioridad.
Resulta que mi padre días antes había cortado esa leña en el campo, la había traído a su casa en el centro, había enviado algo de la carga a las leñerías de la zona y ese domingo decidió colaborar con la señora y arrimar un pequeño montón al barrio filarmónica, donde fue la disputa. Tan grande fue el revuelo que estacionaron autos para presenciar el conflicto. Cuando vimos que el tipo no se callaba, no detenía sus “acusaciones” o su rabia injustificada hacia nosotros, nos fuimos. Cuando nos íbamos, lo único que pude gritarle, fue: usted es un monstruo. Me dio gracia, no sé insultar, no suelo hacerlo. Pero se me ocurrió eso.
Mi padre dijo en la camioneta: estas cosas hacen que uno caliente la sangre. Me quedó esa frase. Un tipo manso, retacón, que había mejorado su ira, estaba más tranquilo y más viejo. Enojado por el ataque de un desconocido. Me consta que ni mis hermanos ni yo, fuimos educados para ese tipo de encuentros. Entonces me quedó una angustia tremenda durante ese domingo. Después cuando volvimos al campo, y estuvimos en nuestro ambiente solitario, armonioso, y divertido. Se me fue esa sensación. El campo es mi hogar porque allí hay menos locos. En la ciudad todo es furia. El tipo que nos atacó, haciéndose valer de su vehículo, y de su aire de superioridad hacia nosotros en ese momento, creyó que por estar descargando palos, éramos unos ignorantes, brutos, en camioneta. Así nos trató. No le dijimos que tenemos ni que no tenemos. No lo atacamos con el aspecto de su ropa, de su casa.
A mí me enseñaron a no juzgar. A no señalar a la gente por lo que tiene y por lo que no. Las apariencias siempre son engañosas para bien o para mal. La vida da mil vueltas.