ColumnaJessica Marmo

Los hijos de Hemingway

Sobre los cerros, las nubes oscuras, vigilan el límite del pueblo. Las liebres corren por la pradera,
con brincos enormes, huyen de los pescadores. Son la carnada ideal. Si hay algo que no falta en
el pueblo son bichos peludos. Los pueblerinos ya no comen liebre. Artos de desmenuzarlas, son
carne fácil de encontrar, reproducidas como una plaga no abren el apetito a nadie. En cambio, ya
no recuerdan el sabor de la carne del Surubí. Impresionante el Surubí se desplaza por la corriente,
sin dejar marcas de su nado, vivaz como pocos nunca pica la carnada. Con lomo pardo y rayas
pintadas, disfrazado de tiburón de lago, el Surubí no se asoma a la superficie. Es fácil determinar
la desesperación de Mecías por atrapar un Surubí. Antonio su padre, es el mejor pescador, pero
nunca logró sumar a la colección un ejemplar tan largo y pesado. Antonio y Mecías no son fáciles
de llevar. Son gente brava. Se hicieron fama de pescadores y de hombres peleadores. Son de los
que llevan un muerto en la espalda. En el pueblo la única justicia que hay, es la fama. Si
conseguís fama, tenes respeto. No hay reglas ni juicios. Tampoco importa si la fama es buena o
mala. No hay niños en los alrededores, ya todos crecieron. Puro hombre y mujer, mezclados entre
sí. La inocencia es una fantasía y el tabú una leyenda. El tiempo viejo se había llevado todo rastro
de civilización. Ahora la inmediatez más pura se cargaba a cualquiera. La pertenencia se estrujó
como el cuello de un pato, y la historia del progreso humano se desplumó como un gallo en el
último canto. Acá nadie se pregunta nada, todo es lo que es y punto. En una línea temporal
indeterminada, entre lo que quedó del pasado y lo que falta del futuro, el pueblo se nutre de la
caza, del lío, de las botellas rancias, del sexo y de la hostilidad. Como en un tiempo de ladrones,
todos usan lo que le sobró a otro, especulando con que las sobras existen todavía.
En el medio de la helada, Mecías se adelantó a estirar la caña con la esperanza de que un Surubí
pintado pique la trampa. Antonio ya podrido de rivalidad se detuvo a sus espaldas.
–pa que estas acá- le dijo Mecías
Antonio no respondió.

(Humilde homenaje de una salvaje)

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