Jessica Marmo

«LO QUE EL MONO DEJÓ COLGADO»

Lo que el mono dejó colgado

Cuando comencé a escribir esta columna, tenía un motivo. Ahora ya no lo tengo.

En las primeras oraciones me di cuenta de que he crecido. No lo digo como un logro, sino como un dato objetivo. He crecido, porque ahora prefiero el silencio.

Un mono de peluche apareció colgado de un cable de alta tensión, en medio de la zona más céntrica de la ciudad, fue viral en redes sociales, algunas cuentas de Facebook publicaron fotos del tierno y deprimente fenómeno. En el mes de marzo se había declarado ya el estado de emergencia a causa de la pandemia. Sin embargo, el mono electrocutado fue durante unos días protagonista de lo incierto.

Sabrán que en agosto se festeja el “día del niño”, y en esta ocasión los más chicos iban a tener una fecha de celebración bastante complicada. Estaban encerrados y la mayoría de las escuelas habían pausado sus actividades.

Yo no tuve más que la espléndida idea de reproducir la noticia del mono, tomando los comentarios de la población, con una tonalidad de parodia, pero dedicada a los niños. Fue así que reproduciendo un monólogo lo más similar posible a un canal de YouTube llamado “Tiranos Temblad” que grabé el informe para la televisión.

Ese mismo relato chistoso dedicado a los más chicos fue colgado en Facebook. Y allí es donde empezó el rock and roll.

Los usuarios no hicieron más que criticar el informe, para ellos no era una noticia digna de informativo.

En menos de una hora me había convertido en la peor persona del planeta, una mujerzuela sin estudios que usurpaba el lugar de mujeres dignas de hacer periodismo.  Sin duda no me conocen, no conocen mi aspecto, mis rutinas, ni mi forma de pensar. Me sentí más que atacada, bastante ajena a la ciudad en la que vivo.  Aunque tengo que admitir que sentí vergüenza, por mi ser y por mis esfuerzos. Me había recibido, seguía estudiando, y me había esmerado toda la vida. Lo sigo haciendo, claro.  Eso no es parte del pasado. Lo que es parte del pasado, es querer reivindicar todos esos dichos de gente extraña. Aunque no todos eran extraños, muchos eran intentos de políticos que pretendían llegar a ser ediles en la siguiente campaña, otros tantos eran intentos de periodistas, veteranas y etc. No lo digo de forma despectiva, describo a quienes me atacaron primero.

Fue una experiencia digna de ser una comedia de Lars Von Trier.

Dicen que cuando las cosas se ven desde lejos, ya no parecen tan graves. Realmente no fue grave, no fue algo significativo, ni el maltrato ni lo del mono.

 La gente quiere distraerse y distraer a los demás de lo importante.  Conviene vivir tras la ignorancia y la falta de empatía. A todos nos conviene unirnos para evitar ser inspeccionados. La mayoría de las personas que me acusan de irresponsable por pasar un material humorístico dentro de un informativo, consumen la televisión argentina en la tarde. Tampoco esto es despectivo, claro está que es mejor para ellos escuchar a Rial acusando a una mujer de “quita maridos”, y luego iniciar sesión en Facebook para continuar la cadena de odio gratuito hacia todo el mundo. Eso suele ser más placentero (para cierta gente) que sentarse a leer y preguntarse ¿por qué los demás hacen lo que hacen?

No quiero con esta columna ser la víctima, yo sé quién soy. Y sé lo que puede hacer de mí. Pero ese día, como muchos otros, comprendí que los demás también pueden hacer de nosotros lo que ellos quieran. Pueden opinar de nosotros, como si nos conocieran, pueden difundir cuanta mentira quieran, porque los OTROS siempre estarán ahí y eso es incontrolable. El prójimo es uno de mis grandes problemas.

Los OTROS no siempre son tan egoístas como estos internautas, los OTROS también son solidarios y buenos lectores. Hay OTROS que sí valen la pena.

Lo que el mono dejó colgado, no lo diré, quedará en el silencio. Mis impresiones sobre los demás no serán motivo de esta columna.

Ellos se reconocen.

Y yo también.

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