Antes de salir de casa, antes de mirarme al espejo y recordarme que el día a día siempre puede cambiar (para bien o para mal) elijo un libro de mi biblioteca. A pesar de que se hace imposible leerlo durante el horario de trabajo, lo elijo con la esperanza de tener unos quince minutos libres para darle una ojeada.
El libro me recuerda que dentro de mi mochila hay ficción y realidad.
Lo cotidiano es difícil de cargar, pero con un libro en la cartera se hace más liviano.
Algunos llevan llaves, otros llevan libretas de anotación, encendedores, cintas rojas y así infinidades de amuletos que nos persiguen en la rutina. Yo elijo cada día pasear un libro. Imagino que, si escribir esta confesión es gracioso, al leerlo debe sonar aún más ridículo.
Hoy elegí “Desde el jardín” de Jerzy Kosinski. En este momento está posado sobre el escritorio, lo observo mientras escribo. También revisé algunas de sus páginas y recordé el grandioso libro que es. Es una novela repleta de malentendidos y ternura. Este libro me ayudó a redescubrir el funcionamiento social. Nuestra mirada de desconocimiento puede ser confundida como una mirada segura y de liderazgo y eso sí que puede provocar grandes malentendidos.
Lo que me atrae de este libro es que su protagonista deja fluir, los demás son quienes se confunden, especulan sobre pensamientos de Chance, sobre actitudes y aparentes decisiones, inexistentes.
Chance es una flor en el jardín de la humanidad.